Luna de sangre

La ONU ha fracasado.
Ahora es nuestro turno

La COP25, la conocida como Cumbre del Clima, ha terminado.

Ayer, en el recinto IFEMA de Madrid, se bajó el telón de esta tragicomedia de alto presupuesto.

Durante dos semanas hemos podido ver como, bajo la premisa de unir a los países en la lucha contra el cambio climático y la defensa del medio ambiente, la ONU ha consumado su fracaso número 25.

Tanto es así que, a pesar de que la COP concluyó oficialmente ayer, la incapacidad de los dirigentes para llegar a un acuerdo en estas dos semanas ha alargado las negociaciones hasta hoy sábado.

Los dirigentes necesitan redactar un documento que todos puedan firmar. Al fin y al cabo, el papel lo aguanta todo.

Quienes disfruten con los simbolismos habrán notado la ironía de que fuera un viernes 13 el día elegido para concluir esta parodia.

Ya que debe ser realmente mala suerte que siempre se termine votando a gobernantes incapaces de lograr nada más que acuerdos simbólicos, medidas superficiales y promesas de futuro que nunca se cumplen.

O tal vez no sea mala suerte. Recordemos que muchos de quienes han estado tomando decisiones e influyendo en esta cumbre no han sido votados por nadie.

Ni las empresas que más contaminan y que han aprovechado el evento para lavar su imagen, ni los dictadores de China, Irán o Arabia Saudí, entre otros, que no han parado de dificultar las negociaciones.

Hay que ser muy necio para creer que alguno de ellos acudan a estas cumbres con ganas de cambiar nada que no beneficie a su propia codicia, sobre todo cuando recientemente supimos que las emisiones de C02 volvieron a batir su récord en 2018 y no se espera que vayan a disminuir de aquí a 2030.

Pero volvamos a fijarnos en el calendario. Porque ayer no era un viernes 13 cualquiera y, como alguien dijo una vez, «quien olvida su historia está condenado a repetirla».

Organización de las Naciones ¿Unidas?

Otro viernes 13 de diciembre, en 1946, una recién creada Organización de las Naciones Unidas aprobaba la inclusión de Ruanda, por aquel entonces una colonia bajo control belga, en el Consejo de Administración Fiduciaria.

Este consejo se había creado con el objetivo de vigilar la administración de los territorios coloniales incluidos en el y velar por que los gobiernos extranjeros responsables de su administración adoptaran medidas que los prepararan para su futura autodeterminación y eventual independencia.

Esto no impidió que el gobierno belga continuase sus políticas de segregación étnica, incrementando las diferencias entre los pueblos hutus y tutsis y espoleando el odio entre ellos según sus intereses.

Dos días antes, el 11 de diciembre, la ONU había reconocido el crimen de genocidio como un delito de derecho internacional, que sus países miembros se comprometían a prevenir y a sancionar.

Varias décadas después, en 1994, se desencadenó el horror y durante tres meses más de 800.000 personas fueron masacradas en genocidio de Ruanda. A pesar de tener información sobre la matanza que planeaban las fuerzas hutus, la ONU no hizo nada por impedirla.

A las cosas por su nombre

Que las palabras tienen poder es algo evidente, el lenguaje da forma a nuestra visión de la realidad y ha sido utilizado históricamente como una fuerza de cambio, un arma de guerra y una herramienta de paz.

Cambiar la forma en que denominamos algo puede cambiar la percepción que la gente tiene de ello. Pero, por mucho que algo cambie de nombre, su verdadera naturaleza sigue siendo la misma.

Es por ello que sustituir la fracasada Sociedad de Naciones por una organización llamada «de las Naciones Unidas» no cambió el hecho de que sus integrantes estuvieran de todo menos unidos, al igual que justificar su existencia como «la protección de los derechos humanos y la búsqueda de la paz» no ha impedido a sus países miembros violar numerosas veces los derechos humanos o declarar la guerra desde entonces.

7 millones de personas mueren cada año a causa de la contaminación ambiental según los informes de la OMS. Millones de personas pierden su hogar y miles de personas mueren cada año por el cambio climático, según datos de la propia ONU.

Al igual que en Ruanda, los gobernantes de las Naciones «Unidas» conocen la situación desde hace tiempo y las empresas energéticas lo conocen desde antes incluso.

Tal vez ahora veas porque la Cumbre del Clima no es más que una broma de mal gusto.

Ya conocemos las consecuencias de esperar a que las soluciones vengan de arriba, ahora nos toca a nosotros.

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